César Martinicorena
es jugador de billar en la modalidades de carambola, snooker y americano y Profesor en Academia de Billar Cachute, de Pamplona.
Como aficionado al billar, como billarista y como persona curiosa por naturaleza, siempre me he preguntado por las semejanzas y disimilitudes que se dan entre dos prácticas deportivas o de ocio como son el billar y el ajedrez. Tras un periodo prolongado de ocho años sin poder practicar el sublime juegodeporte que es el billar, tomé una decisión clara: «Debes hacer algo que te acerque, en lo posible, a tu afición/obsesión preferida aunque no puedas, a día de hoy, practicarlo.»
Tras un periodo oteando un horizonte intelectual brumoso e indefinido, como un cuadro de escuela veneciana, se me abrió una puerta en forma de trebejos, escaques, jaques y gambitos. El bar que frecuento bajo mi casa contaba con una serie de aficionados que jugaban a diario a ese endiablado laberinto que es el ajedrez. Con mi vergüenza innata, diría que genética, comencé a acercarme. Primero pregunté si les molestaba que mirara. En absoluto, contestaron. A la pregunta de si sabía jugar contesté con la verdad: sé mover las piezas y un pelín, solo un pelín más.
Al poco tiempo jugaba unas partiditas con aquellos aficionados si un rival se retrasaba o no aparecía. Competían por equipos a lo largo y ancho de Navarra. Verdaderos aficionados que dedicaban buena parte de su tiempo de ocio en aprender, enseñar y competir en un mundo para mí desconocido.
Perdiendo una vez tras otra lo pasaba como los ángeles. Aprendía un poquito cada día y, aun cayendo, cada vez era menos fácil darme mate, aunque tarde o temprano mi monarca se abofeteaba contra el campo de batalla.
Al inicio de la temporada me propusieron entrar a formar parte del equipo. ¡Horror!
¿Qué voy a aportar yo a un conjunto serio de ajedrecistas? Mucho: faltaba personal y hacía falta un comodín. Ya con el no decidido por respuesta a una oferta tan extraña, me di cuenta de la oportunidad que se me brindaba y no había visto a primeras: ¿por qué no utilizar esa experiencia para comprobar en primera persona las asonancias y disonancias entre dos actividades con tantos factores comunes? La ausencia del esfuerzo físico tal y como es entendido en el deporte de masas, el silencio, el innegable componente intelectual de ambas disciplinas… y la silla. Esa maravillosa o terrorífica silla.
Poco a poco, conforme avanzaba mi participación en aquellas liguillas sin derrota por ir como último del equipo y no enfrentarme a fuertes rivales comencé a extraer diferentes conclusiones basadas en mi corta experiencia con la competición del ajedrez. La primera de ellas fue contundente: si no pudiéramos levantarnos de la silla durante un encuentro yo no hubiera aguantado ni aquella primera partida.
Se me hizo imprescindible una extraordinaria contención para no molestar al contrario, al que te hayas pegado de narices, únicamente separados por un pequeño terreno de juego, quizá de batalla. Se me antojó especialmente complicado qué hacer con los ojos, con la mirada. Ignoraba si era juego sucio mirar al oponente fijamente o no, resolví que no debía estar muy bien visto. Entonces, ¿a dónde puñetas debía dirigir la vista? Al tablero, claro. Pero resultaba muy duro ya que no contaba, ni cuento, con los suficientes conocimientos ni habilidad o talento como para tirarme un cuarto de hora observando una posición y tratar de extraer algo parecido a un plan de juego. Eso se solucionaba en dos minutos. Así es el ajedrez cuando se juega como yo lo hago. Directo, atacante. Vaya, como un tarugo.
«¡Pero cómo engancha!», pensé. Tenía tantas similitudes con el billar que me quedé ciertamente asombrado. Esa caprichosa silla, que puede ser un cómodo sofá cuando el juego va como lo has planeado, se tornaba en colchón de faquir al ser uno el asediado, el inseguro, el que ha adelantado un peón antes de tiempo y lo ha dejado en manos de las fieras. Similar a cuando has defendido mal en el billar y se le abre el cielo al rival y tú reniegas, silente, de tu habilidad, inteligencia y talento.
¿Cómo es posible atender o dominar todo ese flujo de sensaciones, buenas o malas, sentado en una pequeña silla? ¿Cómo lidiar con una brutal subida de pulsaciones sin las posibilidades que ofrecen los deportes tradicionales? Siendo cuidadosos, diremos que el problema es de primera magnitud para tratar de desarrollar todo lo que tienes en la cabeza y en las manos. Por tanto, la conclusión se me antojaba clara: en aquellos deportes en los cuales el esfuerzo físico no es tan relevante como en otros, el valor de lo que ocurre en el cerebro y sus consecuencias en nuestro físico se multiplica de forma exponencial.
Del mismo modo, pude comprobar cómo las pequeñas o grandes triquiñuelas que un jugador puede utilizar para influir en la concentración de su oponente son exactamente las mismas en ambas batallas.
Prefiero dejar por ahora de lado ese lado oscuro de nuestros juegos para no dar demasiada relevancia a ese aspecto del deporte, por supuesto nada saludable ni edificante. Con saber que existe y se utiliza me parece suficiente.
La siguiente coincidencia que interioricé: ¿cómo convivir con el error, con los fallos imprevistos? Más allá de que se produzcan causando un terremoto en tus planes o que solo los trastoquen un celemín, jamás me dejó de impresionar la exactitud de las consecuencias en ambos juegos. Nula reacción física admisible, tortura mental, capacidad de aceptación y reacción, búsqueda de excusas qué gran peligro, fuerza para olvidar o debilidad para superar. ¡Y en la silla!
Debo explicar un hecho, a mi entender, determinante. Esta serie de reflexiones no son relevantes exclusivamente en los altos niveles. Todo aquel que sienta devoción por cualquiera de estos dos juegos/deportes sabe perfectamente que éstos son lugares comunes no solo en el máximo nivel.
Por supuesto que su importancia aumenta conforme lo hace el nivel de juego de los implicados y la dimensión de la competición, si bien no erraríamos al decir que los jugadores «mortales» sufrimos esas imposturas del destino con igual frecuencia. Y en no pocas ocasiones, con mayor crudeza.
¿Qué separa al billar y al ajedrez? Es claro: la ejecución del juego. Ninguna destreza es necesaria para darle al escaque mientras que en el billar es factor diferenciador entre los buenos jugadores y los maestros. ¿Es, entonces, más difícil el billar? En absoluto. Lo que ocurre, a mi modesto entender, es que esa parte del juego del billar que se basa en «atacar la bola», en ajedrez desaparece, mas no para reducir la dificultad total de esa actividad, sino para aumentarla, ya que ese vacío físico o de habilidad/talento sigue rellenándose con un formidable y necesario desarrollo intelectual. Ahí creo que radica la gran diferencia entre las carambolas o las troneras y los gambitos o las coces del caballo.
Aquella entrevista del gran Leontxo a Kaspárov me reveló una de las características que poseen en exclusiva los gigantes del tablero y el tapete. El periodista le preguntaba si estudiaba las derrotas para no cometer otra vez ese o aquel error. Kaspárov contestaba, creo recordar, con un contundente “NO”. Claro que las miraba, pero el error aparecía con relativa sencillez. ¡Lo que estudiaba eran las victorias! “¿Cómo es posible?», fue lo primero que me vino a la cabeza. Enseguida obtuve la explicación. Ganar no es suficiente. Al ajedrez pierde el que comete el último error. Aseguraba Kaspárov que estaba seguro de que él también los había cometido aun habiendo conseguido la victoria. ¡Ahí debía trabajar! Decir que me dejó atónito sería minusvalorar el sorpresón que me llevé. ¡Qué extraordinaria dificultad y no menos, profesionalidad! Que los árboles no taparan el bosque, me dije.
Diez años después, viendo entrenar a unos jugadores coreanos en Oporto, pude comprobar cómo seguían esa verdad científica hasta el paroxismo. Mientras en la mesa inmediata a mi posición entrenaban dos de los mejores jugadores de la historia, aquellos coreanos de la mesa contigua insistieron durante una hora y media en una carambola, en sus matices, de esas que solemos llamar «fáciles». ¿El resultado? A día de hoy, Corea es la primera potencia mundial en el billar a tres bandas. Algo tendrá que ver esta manera de enfrentarse al entrenamiento y el estudio.
La similitud menos agradable que podemos resaltar no es otra que las enormes dificultades económicas que conllevan ambos deportes. Podemos cerrar este tema sosteniendo que no existe equivalencia alguna entre la recompensa económica que se obtiene por la práctica y éxito en unas actividades de extraordinaria dificultad. Por supuesto que otros muchos deportes se quejarán, y con razón, del mismo problema, pero en esta ocasión hago hincapié en este hecho tratando de reflejarlo en los deportes que trato de describir.
En conclusión, qué bonito sería realizar algún trabajo o experiencia compartida entre dos disciplinas con un acervo común tan desmesurado. Su inclusión en planes de estudio ya se va desarrollando en distintas partes del globo. Los beneficios relacionados con valores como el esfuerzo, el respeto, las matemáticas, el desarrollo intelectual, no dejan lugar a dudas de que es un campo del que se puede beneficiar todo aquel que se acerque a él con ganas de aprender y trabajar. La esponja que son los niños quizá sea el campo que debemos explorar. Si bien en este aspecto el ajedrez lleva una gran ventaja, el billar podría esforzarse e imitar, en la medida de lo posible, el gran trabajo que alrededor de los tableros se está llevando a cabo en no pocas partes del mundo.
Fotos de Carlos Urtasun
El billar se debe socializar, humanizar y culturizar.
Esto se logra, abriendo las puertas del enorme mercado potencial y propiciando su enseñanza, honesta y correcta.
Superando el empirismo y los remedos de vídeos y sistemas, o sea haciendo consciente su práctica, en la medida que el practicante identifique los fenómenos físicos que se suceden y aplique las técnicas de superación de los mismos, de lo contrario continuaremos propiciando la bufoneria, bribones y rufianes obsesivos de ganar y competir en algo que no es ni para competir ni para ganarle a nadie nada (salvo la perrería)
El billar es lúdico, y casi un arte, para compartir y ejercitar nuestras facultades intelectuales, con un moderado ejercicio físico .
Solo que por ser atractivo, se presta para todo tipo de mercados, para degenerados y toda clase de vueltas, en un medio salvaje y de apariencia sana..
Droga, promiscuidad, homicidios, lesiones, tabaco, con taminacion auditiva (tortura del ruido, altísimos decirles, para embrutecernos y consumir más) SIN SER EXPLOTADOS, ENGAÑADOS NI VIOLADOS EN NUESTRO OBJETIVO DE COMPARTIR DE MANERA SANA Y HONESTA, SIN QUE NOS METAN VICIO, NI CANTINA, MENOS DROGAS, NI ENFERMEDADES.
El precio hora debe ser la tercera parte de la actual y cambiar la cantina por alimentos frescos y nutritivos, y así los propietarios de cafetines, cantinas y clubes venderían un doscientos por ciento más obteniendo mejores beneficios económicos , superando el lucro cesante de las mesas que es de 10 horas diarias sin producir y si; prestándole a la sociedad un servicio de progreso, a cambio del actual degenerando y en deterioro de la poblacion.
Y así como el propietario paga servicios e impuestos, con más razón debe pagar un profesional que nos sepa enseñar, (no un avivato)
Puesto que deseamos comprenderlo y hacerlo mejor cada ves.
El ajedrez es una de mis pasiones. Y ahora he descubierto que el billar tambien. Hace 2 meses mi mujer y yo nos decidimos a comprar una mesa de billar en una tienda online para asi poder jugar con los niños. La verdad pensaba que los billares eran menos baratos y por eso no nos decidimos antes con la compra. Ahora nos pasamos las tardes jugando con nuestros hijos y amigos en casa. Es super divertido y lo bueno que nunca hay una partida igual, lo mismo que pasa con el ajedrez. Me encanta tu blog y este tipo de post. Enhorabuena por tu web. Un saludo.
Soy Ingeniero Civil, 62 años y juego el ajedrez (Idem 3801020, ELO FIDE 2129 ) y el billar a tres bandas (promedio 0.600) desde hace 45 años, y en mi opinión el billar es mucho mas difícil que el ajedrez, y se necesitan mas habilidades para jugarlo bien. Ambos deportes ayudan a desarrollar nuestra potencia intelectual, acostumbrarnos al estudio, respeto a los oponentes, controlar nuestras emociones y mucho mas.
Totalmente de acuerdo, ambos deportes nos ayudan a desarrollar nuestro intelecto de cierta manera, no estoy seguro cual de los dos tiene mayor grado de dificultad en cuanto a su práctica y escabilidad de juego.
Soy un aficionado de ambos deportes, por una parte me encanta jugar al pool y por otra, me apasiona jugar ajedrez (conocer la historia de los grandes maestros anteriores y los actuales).
Si me permite compartirle; Actualmente tengo 21 años y recientemente obtuve mí título universitario (Licenciado en derecho), mi próximo objetivo a largo plazo es conseguir alguna norma de ajedrez, Maestro Fide, escalar a Maestro Internacional y por último obtener el título de Gran Maestro, probablemente lo logré y me encanta compartir mis objetivos de vida y superaciones personales con otras personas, ya que de cierta manera puedo impulsar a los demás a lograr sus sueños. Me agradaría saber su opinión al respecto, algún consejo que me pueda dar. Lo tomó en cuenta porque usted a lo largo de su vida ha adquirido muchos conocimientos y experiencias.
Un gran abrazo desde México.