Diego Rasskin
DIEGO RASSKIN es profesor universitario, biólogo investigador, articulista en “Jot Down Magazine” y autor del libro “Metáforas de Ajedrez”. En Peón de Rey nº 127 (mar-abr 2017), publicamos su microrrelato «La parábola perfecta», que transcribimos a continuación.
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La parábola perfecta

ERA SEPULCRAL el silencio de las alarmas. Había dejado ecos que retumbaban sin ofrecer descanso alguno a los sentidos. Las llamas de las aceiteras confundían el humo del tabaco con el humo negro que se enroscaba en los bordes y en las aristas y caracoleaba por encima de los mármoles en todos los rincones del Círculo.
—Otra vez —dijo el hombre de negro.
—Siempre igual, ¿eh? —respondieron unos.
—Sí, sí, siempre lo mismo —dijeron los que se encontraban más alejados, con una mezcla de resignación, queja y alivio al mismo tiempo. Ahora ya sabían a qué atenerse.
No había más envidia que la necesaria, ni elemento veraz que pudiese superponerse a la lógica de ese ritmo cansino, pero regular. La cadencia se imponía poco a poco sobre la desidia. No podía sostener por más tiempo la caricia del aire: era nocturna y pesaba más que los días. Había dioses que, decididos a mantener el control absoluto sobre los destinos de los vivos, se dignaron a echar un vistazo sobre las cabezas apiñadas en torno al vacío.
—Está fuerte —sentenció el hombre de negro con una pequeña sonrisa, subiendo la ceja izquierda lo justo como para que también se moviese la oreja.
—¡Ya te digo! —contestó un hombre viejo.
—A ver ahora. ¿Porque algo tendrá que hacer, no? Digo yo—. Era el responsable del Círculo el que hablaba. Le gustaba quedarse de madrugada para no perderse nada.
En ese instante, en ese preciso instante, hubo un matiz distinto, un nuevo olor, quizás, que se coló por la rendija de la celosía flotante.
El inicio fue acaso ignorado por todos los que se habían reunido para respirar aquella atmósfera de niebla humana. Hubo una pequeña insinuación: un guiño cerrado, una rima incierta, músculo a músculo la cadena comenzaba su marcha. La mano comenzó a describir una parábola.
—¡Ahí va, ahí va! —dijo el hombre de negro con verdadero entusiasmo. Se notaba que todos los presentes estaban ahora con los nervios a flor de piel.
—¡Qué bestia! —anunció el hombre viejo moviendo la cabeza de lado a lado.
Había espacio para la reflexión desde el centro. Y la parábola, esa parábola mágica que se había repetido hasta la extenuación, tenía la opción de esperar justo en el punto más alto de su trayectoria. Era parte del reto. Los ojos siguieron la mano, las cabezas buscaron los destellos del aire sobre la mesa. No había entelequias elementales ni asnos ni efemérides que recordar (¿quién tenía tiempo?). La razón permanecía indemne a la zozobra cotidiana.
—Es el momento —reflexionó en voz alta el hombre de negro con la mirada perdida.
—Sí, claro. —respondieron con parsimonia hipnótica casi todos los presentes.
—No sé… —se oyó una voz que ofrecía dudas, siempre la había.
—Exactamente —sentenciaron los más cercanos. La incertidumbre era peor que el fracaso.
Fue entre una casilla blanca y una casilla negra: la mano finalizó su parábola perfecta sobre el caballo y volvió a elevarse por encima de la mirada temerosa de los peones. Al volver a bajar, se comió a la dama, aún incrédula.
La parábola perfecta. © 2017 Diego Rasskin
PDR-127 - La parábola perfecta
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