
Jorge I. Aguadero Casado
Redactor de Peón de Rey
Entré en el bar llevado por la ansiedad. Poco peso encima: apenas mi ejemplar de Peón de Rey, un tablerito recién comprado y mi sombra. Barcelona, veintidós de octubre: tenía una cita con la dama misteriosa.
La ansiedad, como había empezado a decir, se encargó de que acabase allí. Pasé junto a los parroquianos sin hacerme notar. Habían sucedido muchas cosas desde la última vez que estuve en aquella barra. Apreté el paso y alcé el mentón: que no se dijese que flaqueé ante la suma de mis propios miedos.
Tuve tiempo de pedir una caña. Detrás del camarero, un reloj. A punto de dar la una y media podía poner pies en polvorosa, pero no lo hice. Mi reputación, o lo que eso significase, quedaría intacta.
Cuentan los presentes que entró como agua entre la hiedra, hasta tomar asiento en un taburete que estaba a mi lado. A nadie dejó indiferente: sería por su intensa mirada o, tal vez, por la serena perfección de su frente despejada, mas estaba radiante y a todos impresionaba.
La dama misteriosa… ¿Cómo decirla sin dejarme llevar por la emoción? Supón que la imaginas cubriéndose los hombros con un sencillo poncho azabache, pues no precisa de adornos para ser bella.
Dispuse las piezas negras a su vera; no cruzamos palabras. Nos miramos varias veces a los ojos, nos sostuvimos la mirada. Lo hice bien. Maniobré con cuidado, evité los jaques y otras amenazas. Pasaban los minutos; jugaba y me envalentonaba.
La gente hace cosas raras cuando su momento se acerca, cosa a la que yo no era indiferente. Afirmamos ser buenos en lo nuestro y, como buen ajedrecista, no pude obviar el envite. Somos tan sentimentales… Estaba convencido de poder vivir otra vida más cuando la sonrisa se me heló en los labios. ¿Qué importaban mis jugadas si lo que se consumía era mi tiempo? El reloj se había parado, ya no había lugar para la esperanza. El confortable enroque blanco se deshizo como cenizas, la bruma se extendía y mi cuerpo ya no estaba.
Pasan los días y los buenos bebedores se acuerdan de aquella mañana en la que un tipo discreto jugó al ajedrez con la dama misteriosa. Algunas veces, como si la cosa no fuese conmigo, mi sombra, allí atrapada, se divierte asustando a esos ejecutivos encorbatados que no creen en las historias de aparecidos. Valió la pena.
Por lo que se ve, el tablero está mal colocado: el escaque que está a la derecha de cada jugador es negro, cuando debe ser blanco. Por lo que esa partida debe quedar invalidada, aunque sea amistosa. Creo que ha sido un fallo muy gordo, sobre todo de un redactor de una revista ajedrecística. Feliz año nuevo.