Cuando, al entrar en el hostal, vi el tablero dispuesto en la mesa, no pude sustraerme al hechizo: debía jugar una partida.
La mañana se había presentado entre nubes, una fina capa de lluvia enamoradiza se enseñoreó de la carretera, el sueño de la alta montaña gobernaba mis pensamientos y, por primera vez en años, me sentía libre del estrés y del asfalto. Lejos, ¡muy lejos!, quedaban el tener que madrugar y los atascos. Aquí, entre arbustos y lobos, madrugaba si quería. El querer, en tiempos del deber, es un mundo que lo abarca todo.
Por eso, cuando entré en el hostal, como os decía, y vi el tablero, sentí la llamada del ajedrez como se recibe la voz querida cuando se regresa al hogar. Llevaba conmigo mi ejemplar de Peón de Rey, cien páginas de amor a nuestro juego.
Tomé asiento. Apenas tuve tiempo de pedir un platillo de queso y una copa de vino cuando, al levantar la vista, la vi sentada ante mí. Ella… ¿Cómo describirla? Tenía el cabello del color de los castaños en verano, su mirada era el sol que se concentra en las piedras del río. Sólo un imperceptible taconeo la delataba: en su rápida y sutil cadencia se justificaba el don de lo salvaje.
Me tengo por buen jugador. Mis resultados nunca han sido particularmente brillantes, pero en el club siempre cuentan conmigo en los campeonatos por equipos. Soy de esos ajedrecistas sólidos que, valga la redundancia, «aporta solidez a sus compañeros». Mas, ¿qué encanto alumbraban los movimientos de mi rival, que me veía desbordado? Su juego era complicado de ceñir a un solo caudal, atacaba mis casillas sin tregua, hostigaba a mi rey con fiereza. Hice cuanto pude por resistir mas, perdida toda esperanza, dejé caer a mi monarca.
Han pasado ya dos semanas y nadie recuerda haberla visto. Los paisanos ríen a mi costa, «estos tipos de ciudad no aguantan bien el licor de hierbas». Se acerca el día en que he de volver a casa y, por más que la busco en los caminos, no he vuelto a saber de ella. ¿Dónde encontraré fuerzas para irme, si me tiene preso el alma?
Pasan los días. Las estaciones. Décadas, sentado allí, cada tarde hasta caer el sol, prendido de un sueño. El taller, la familia, solo recuerdos, han perdido su razón de ser. No me busquéis. Hoy, soy de la alta montaña. Por eso, al alzar la vista, me devuelve una mirada lobuna que me hace erizar los vellos de la nuca. Muevo un peón, domino el centro. Me sonríe, para el tiempo.
Magnifico. Uma pequena história cheia de magia, a mágica do Xadrez (teria sido Caissa em pessoa?)
Muchas gracias a usted
PS: Perdoname por escribir em Português pero mi espanol es terrible
¡Muchas gracias por su elogioso comentario! @aguaderocasado