HAY MOMENTOS en la vida que por alguna razón se nos quedan grabados. Uno de esos episodios me sucedió en Linares, en 1990, durante mi segunda participación en aquel torneo, que congregaba año tras año a lo más granado de la élite mundial.
Dando un paseo, me encontré y entablé conversación con Boris Gelfand, quien con 22 años debutaba en la prueba. Con gran éxito, por cierto, pues quedó segundo a tan solo medio punto de Kaspárov, y a punto estuvo de proclamarse campeón, si no fuera porque yo estropeé una posición de tablas en la última ronda ante el de Bakú, pero… esa es otra historia.
Entrenamiento… con finales artísticos
VOLVIENDO AL PASEO, en un momento surgió el tema y confesé a Gelfand que yo no tenía entrenador. Aún recuerdo su cara de sorpresa, casi de incredulidad… Creo que la Federación Española nunca me apoyó lo suficiente, y por mi parte no tenía recursos ni escuela para entrenar de forma adecuada, más allá de los consejos llenos de buena voluntad de amigos y familiares.
Supongo que mi historia no es nueva en el deporte español: tras una adolescencia complicada había alcanzado a los veinte años un lugar entre los cien mejores del mundo, pero superar aquel nivel se me hizo muy difícil, y durante un tiempo estuve más o menos estancado.
Pero a principios de los 90, fruto de mi contacto y amistad con jugadores como Gelfand o Krámnik, logré una mejora significativa en mi juego, gracias a diversos métodos de entrenamiento, que hasta entonces no había practicado con suficiente seriedad.
Uno de esos métodos fue el trabajo sistemático resolviendo finales artísticos. En esta serie de artículos que hoy comienza, quiero compartir con los lectores de Peón de Rey aquella experiencia.
Empezaré por mostrar dos tipos distintos de finales, los «bonitos» y los «útiles», centrándome en dos obras del enorme compositor soviético de origen armenio, Ernest Levonovich Pogosiants (1935-1990), precedidas a modo de aperitivo de un trabajo menor de otro autor.
Les invito a que traten de resolver los ejercicios antes de leer el artículo, para disfrutar al máximo del mismo.
Verán que en cada diagrama solo se indica quien juega, tratando de emular una situación de partida real. Si se sienten molestos con esta incertidumbre inicial, intenten primero ganar, y si no lo logran, busquen entonces las tablas.
Una vez hallado el mecanismo ganador es fácil llegar hasta el final, y aunque hay que reconocer que el problema tiene su mérito, ejercicios como éste aportan muy poco al jugador. La posición inicial es muy artificial, hasta el punto de que resulta imposible imaginar cómo se podría haber alcanzado por medios normales. Y podemos estar seguros de que nunca tendremos la oportunidad de coronar tantos caballos…
Veamos el siguiente ejemplo, mucho más interesante.
Terminan los fuegos artificiales y seguimos fascinados. La trepidante lucha termina en empate, tras varias jugadas maravillosas que era casi imposible anticipar partiendo de la posición inicial. Hermoso, pero… ¿qué hemos aprendido?
Nunca tendremos la oportunidad de lograr un ahogo semejante, con el rey en el centro del tablero, aunque nos hemos obligado a practicar el cálculo de jugadas. Y no hay que subestimar la importancia de sentirse inspirado ante el tablero. Hemos mejorado en cálculo y creatividad, no es un mal bagaje.
Pero podemos seleccionar problemas más prácticos, que además de reforzar el cálculo y la creatividad, nos den valiosos patrones en los finales.
Las negras no tienen modo de expulsar al rey blanco del rincón: si mueven el caballo pierden el peón, mientras que si lo protegen con su rey ahogan al rey contrario.
En este final hemos aprendido mucho acerca de la lucha por detener un peón pasado, y sabemos para el futuro que un caballo y un peón de torre en séptima no bastan para ganar, si el rey del bando débil llega al rincón.
Entrenamiento... con finales artísticos - PDR-130 (sep-oct 2017)
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