Del 23 de enero al 2 de febrero se ha celebrado la 15ª edición del Festival Tradewise de Gibraltar. En pocos años se ha convertido en uno de los abiertos más importantes del mundo, con participantes de la talla de Caruana, Nakamura, Vacher-Lagrave, Topalov, Ivanchuk, Gelfand, Adams y el español David Antón.
Precisamente, el GM español David Antón fue el gran animador del torneo, disputando la final ante Nakamura, con el que perdió 1,5-0,5 en el desempate. La actuación del murciano afincado en Madrid fue estratosférica: ¡nada menos que de 2859 puntos!
N | NOMBRE | PAÍS | ELO | PUNTOS | TB-1 |
1 | Anton Guijarro David | ESP | 2650 | 8 | 2859 |
2 | Nakamura Hikaru | USA | 2785 | 8 | 2847 |
3 | Yu Yangyi | CHN | 2738 | 8 | 2830 |
4 | Vachier-Lagrave Maxime | FRA | 2796 | 7,5 | 2804 |
5 | Adams Michael | ENG | 2751 | 7,5 | 2797 |
6 | Sutovsky Emil | ISR | 2628 | 7,5 | 2759 |
7 | Cheparinov Ivan | BUL | 2689 | 7,5 | 2755 |
8 | Topalov Veselin | BUL | 2739 | 7,5 | 2749 |
9 | Gelfand Boris | ISR | 2721 | 7,5 | 2729 |
10 | Howell David W L | ENG | 2655 | 7 | 2732 |
11 | Ju Wenjun | CHN | 2583 | 7 | 2731 |
12 | Short Nigel D | ENG | 2675 | 7 | 2722 |
13 | Caruana Fabiano | USA | 2827 | 7 | 2709 |
14 | Akobian Varuzhan | USA | 2633 | 7 | 2709 |
15 | Matlakov Maxim | RUS | 2701 | 7 | 2699 |
16 | Naiditsch Arkadij | AZE | 2702 | 7 | 2696 |
17 | Vitiugov Nikita | RUS | 2724 | 7 | 2679 |
18 | Fressinet Laurent | FRA | 2660 | 7 | 2677 |
19 | Iturrizaga Bonelli Eduardo | VEN | 2652 | 7 | 2675 |
20 | Sethuraman S.P. | IND | 2637 | 7 | 2673 |
21 | Svidler Peter | RUS | 2748 | 7 | 2671 |
22 | Lalith Babu M R | IND | 2587 | 7 | 2640 |
23 | Edouard Romain | FRA | 2613 | 7 | 2639 |
24 | Stefanova Antoaneta | BUL | 2512 | 6,5 | 2659 |
25 | Deac Bogdan-Daniel | ROU | 2572 | 6,5 | 2654 |
… hasta 255 participantes. |

David Antón Guijarro
21 años (ESP)

Hikaru Nakamura
29 años (USA)
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Puedes también descargar la entrevista en el formato original - en PDF - del ejemplar Peón de Rey nº 125 (nov-dic 2015)
Por Jorge I. Aguadero
Peón de Rey nº 125David Antón Guijarro (21 años) es, además del actual subcampeón de Europa de ajedrez, un joven que se hace apreciar. Sus modales exquisitos son la excelente carta de presentación de quien, desde la distancia, ocupa un lugar privilegiado en el corazón del aficionado.
David Antón:
La pasión por el ajedrez
La tarde, tan lluviosa, anunció la llegada del otoño. Nubes bajas coronaban la ciudad y, llegado el momento de volver a casa, mil horas de trabajo en la oficina pesaban en los hombros. Iba sumido en mis pensamientos sin caer en la cuenta de que estaba ya en el metro cuando, de pronto, me fijé en que compartía asiento con David Antón.
—Yo también juego al ajedrez.
Me presenté sin más palabras. Siempre he creído que la presencia, aunque sea simbólica, del tablero es suficiente para trabar conversación con otro ajedrecista. Es paradójico que, siendo el espacio físico que nos separa en el juego, tenga la virtud de acercar a los desconocidos.
—¡Me alegro, a veces cuesta cruzar la distancia para saludar! —dijo mientras me estrechaba la mano—. Hay gente que, por el hecho de que algo se te dé bien, te trata diferente a los demás. A mí se me da bien lo mío como a otros se les dan bien otras cosas. Jugando me puedo “flipar” un poco, por decirlo de alguna manera, pero fuera de ahí no soy nadie. Hay que tratar a todo el mundo igual.

Jorge I. Aguadero y David Antón
Reconozco que su presentación me pareció atípica en un chico que dejó la adolescencia cuatro días atrás. Lo más fácil, pisando el Olimpo a tan temprana edad, es dejarse llevar por esos vientos que a veces soplan en nuestra contra para llevarnos a la costa de las sirenas. Sin embargo, Antón no se dio ínfulas de nada.
Me preguntaba si la humildad que mostraba era auténtica o impostada. Salí de dudas al mirarle a los ojos: tiene la mirada franca, esa cualidad de persona noble y sensata. Es un chico que no necesita agresividad para destacar en su mundo, aunque dentro del tablero es muy combativo. Hoy, con los constantes mensajes que se reciben desde los medios de comunicación, se agradece que los jóvenes valores del ajedrez español estén alejados del estereotipo del triunfador que pisa el cuello al rival.
—¿Qué te gusta hacer en una buena tarde? —pregunté lo primero que me vino a la mente.
—Normalmente dedico muchísimas horas al ajedrez, la verdad —se toma su tiempo para contestar—. Lo que más hago es salir a tomar algo con los amigos, que siempre se agradece.
Y soy bastante aficionado a la NBA. Sigo un poco los deportes, el baloncesto, sobre todo. ¡Me encantan los Oklahoma City Thunder! Si no tengo plan para salir, me pongo a ver una película o una serie.
—¿Qué tipo de series?
—Normalmente veo las de acción. Y de misterio. Dexter, Juegos de tronos (pues parece imposible no seguirla), Person of interest, Mr. Robot… De ese estilo.
Ahora que lo mencionaba, David tiene aspecto de investigador privado, un poco a lo “Detective Conan”, con ese aire de niño en un mundo de adultos que le caracteriza. Niño por la edad, desde luego, pues Antón es el perfecto caballero al que todas las madres quisieran casar con sus hijas.
Las estaciones iban pasando con la cadencia habitual del ferrocarril suburbano. Gente que entraba, otros salían. Lo de siempre.
—¿Qué te llevó a creer en tus posibilidades como profesional del tablero? Hay chicos con talento que, en un momento dado, ven cortada su proyección. Lo dejan por otra actividad al no ver claro el profesionalismo.
La voz grave del ajedrecista se impuso al ruido del metro. Demostró tener las ideas muy claras al respecto.
—La pasión por el ajedrez —dijo sin dudar—. Para mí ésta es una carrera más. Si le dedicas tiempo y ganas al final lo consigues. Es la razón por la que algunos consiguen sus objetivos y otros se quedan a medio camino.
—¿Nadie te dijo “chico, tú no vales para esto”?
—Tan tajante no, pero sí me han dicho muchas veces que del ajedrez no se puede vivir. Es algo con lo que estoy en desacuerdo. Pero también hay quien me dice lo contrario y, entre ambas opiniones, soy fiel a mis ideas. ¡La gente que me apoya me ayuda a seguir!
“La pasión por el ajedrez. (…) Es la razón por la que algunos consiguen sus objetivos y otros se quedan a medio camino”.
Me llama la atención que, mientras hablamos, una conocida se despide afectuosamente de David. Se trata de una mujer que parece conocer bien al joven ajedrecista y, al darle un abrazo de madre, el rostro de Antón es el de la bondad personificada.
—¿Cómo ves el futuro?
—Bien —responde mientras fija un momento la mirada en los carteles que marcan las estaciones—. Noto que voy progresando. Tiempo atrás no tenía claro cuál era mi límite, pero ahora sé que me queda bastante por aprender y que, por tanto, hay margen de mejora. Voy a seguir entrenando para llegar lo más lejos posible.
Entonces, viendo que David me estaba dando pie a hacerle preguntas, recordé algo que Miguel Illescas pregunta, siempre, a los jóvenes valores:
—¿Estás muy empapado de Capablanca, Morphy, Steinitz y compañía?
La sonrisa de Antón me hizo pensar que la respuesta iba a ser interesante y clarificadora. Insistí.
—¿Crees que el trabajo con ordenadores y bases de datos está dejando a los clásicos en el olvido?
—En cierta parte, sí —respondió—. Pero, en lo que se refiere a mi experiencia personal, toda la base del ajedrez que aprendí fue gracias a ellos. Empecé leyendo “Mis geniales predecesores”(1). Dejaría la cuestión en que es importante aprender ideas con los clásicos y, también, ir trabajando con el ordenador. Son dos formas complementarias de aprendizaje.
—Iba a preguntarte por alguien a quien admirases dentro del tablero, pero parece que te has adelantado…
—¡Eso parece! —admitió con una sonrisa—. Su fuerza durante las partidas, sus ansias de ganar… ¡Kasparov me parecía fantástico!
“Dentro del tablero, ¡Kasparov me parecía fantástico! Su fuerza durante las partidas, sus ansias de ganar…”
En el joven Antón se percibía a la persona discreta que desea seguir progresando en su carrera sin molestar a los demás. Me pregunté cuánto de su buen juicio era atribuible al trabajo de su entrenador. Comprendí, al percibir cómo se le iluminaban los ojos cuando le nombré, la importancia que tenía para él.
—Mi entrenador es David Martínez, conocido como “El Divis”. Empecé con él cuando tenía unos 1900 FIDE. Yo tendría diez u once años.
—Eras un jugador correcto, pero nada del otro mundo…
—En efecto. Él me ha ayudado mucho. Tiene unos 2400. Y creo, al contrario de lo que mucha gente dice, que, aunque tengas 2600 no necesitas un entrenador que sea un jugador buenísimo para que te ayude. Lo que necesitas es a alguien que te busque posiciones, que te ayude a trabajar, ¡que esté muy pendiente de ti!
“…No necesitas un entrenador que sea un jugador buenísimo para que te ayude. Lo que necesitas es a alguien que te busque posiciones, que te ayude a trabajar, ¡que esté muy pendiente de ti!”.
Me acordé de una historia que me contaron hace tiempo. Trataba de un mercader que, sentándose siempre a la vera del rey, le pedía cada día que le hiciese noble. El monarca, finalmente, aceptó y le nombró duque. Sin embargo, no volvió a dejarle sentar a su lado. Extrañado, el nuevo duque fue a preguntarle qué pasaba. A lo que su soberano le contestó: “os sentaba a mi lado porque erais el primero de mis comerciantes. Sin embargo, ahora sois el último de mis nobles”.
—Creo que la figura del entrenador ha de ser una persona con quien vas con los ojos cerrados al fin del mundo porque sabes que no te va a fallar —comentó uno de los dos, no recuerdo quién—. Que, al mismo tiempo, sea capaz de proveerte de la información adecuada cuando vayas a jugar las partidas.
—Sí, no es cuestión de Elo —subrayó, y me pareció un mensaje que más de una familia debería incluir en su criterio en la búsqueda de formador para sus hijos.
Estábamos a medio camino de su parada y, como mi repertorio de buenas preguntas es muy limitado, opté por un clásico:
—¿Cómo empezaste a jugar al ajedrez?
—Me enseñó mi padre, que estaba enseñando a mi hermano mayor, quien también jugó varios años, aunque luego lo dejó. Yo estaba por ahí… y también aprendí.
—¿Qué edad tenías?
—Fue entre los cuatro y los cinco años.
—¿Y luego cómo seguiste? ¿Estabas en un club? ¿Tal vez el del colegio?
—Sí, empecé en el club de mi colegio, el San Viator. Tiene mucha tradición en Madrid, con buenos equipos. Allí encontré excelentes profesores, que me enseñaron las bases del ajedrez. Me aportaron, también, las ganas para seguir. Luego ya cogí un entrenador particular y fui mejorando.
—Como suele afirmar Ana Matnadze, en esos estadios del aprendizaje del ajedrez lo más importante es que el alumno quede fascinado y vea lo que puede aportarle en su vida, ¿no crees?
—Sí —coincidió David—. Los niños no están pensando en si van a llegar a ser campeones del mundo. Están pensando en pasárselo bien y, al final, eso es lo que les va a hacer mejorar.
—Muchos chiquillos, dentro de poco, van a sus primeros campeonatos escolares, ¿qué les dirías?
—Que estén tranquilos y jueguen como en un entrenamiento —se tomó más tiempo del acostumbrado en responder a esta pregunta, como si quisiera elegir bien las palabras por considerarlas especialmente importantes—. Queremos que estén concentrados y hagan buenas jugadas, pero ante todo han de disfrutar. Deben tomar la competición con normalidad.
El vagón del metro se detuvo, de pronto, entre dos estaciones. Se fue la luz por unos momentos, quedándonos completamente a oscuras, lo que me dio la idea para una siguiente pregunta:
—¿Te gusta leer?
—¿Y me preguntas eso justamente ahora? —se echó a reír, a veces los aficionados preguntamos cosas insospechadas, como más de un ajedrecista conocido puede acreditar—. Leo menos de lo que debería, la verdad. Varios periódicos. Suelo ocuparme más de leer artículos y estar bien informado de la actualidad que de leer libros.
Volvió, de la misma forma en que se había ido, la energía. El metro volvió a arrancar, el chirrido de las ruedas de metal era inconfundible.
—¿Y la música?
—Mucho. Suelo escuchar bastante, especialmente pop y rock en español. Casi todo actual. A veces me preguntan sobre clásicos del rock y no conozco demasiados —admite con una sonrisa tímida, como si le hubiesen pillado en una travesura—. Conozco un poco de la “movida madrileña”, pues en el ajedrez tiendes a moverte con personas mayores, pero tampoco mucho.
No sé por qué, pero me da la sensación de que, cuando ha dicho eso de “personas mayores”, se refiere a mi generación. ¡Soy de los setenta! ¿Tanto tiempo ha pasado? Ataqué un poco por el tema “redes sociales”, más que nada para demostrar que estaba al día pese a ser mayor.
—No soy muy activo, la verdad —dijo para mi sorpresa—. Las sigo, pero no me gusta estar escribiendo e ir informando. Creo que no me muevo mucho. Me meto para informarme y ver qué opina la gente, pero no escribo casi nunca.
“No soy muy activo en las Redes Sociales, aunque creo que sí ayudan.”
—¿Has pensado en que quizás te favorecería, de cara a tu carrera ajedrecística, tener un Facebook y un Twitter más o menos activos? —le pregunté, pensando en otros ajedrecistas que manifiestan más actividad en Internet.
—Creo que sí ayuda —se sinceró—. Algunas personas me han pedido que informe de los torneos que voy jugando. En Twitter sí voy poniendo algo, pero es más que nada por informar a los seguidores a los que les gusta saber qué torneos estoy jugando. La verdad es que lo hago solo por eso. De todas formas, pienso que la imagen que das cuando vas a los torneos es más importante que lo que pongas en redes sociales.
Otro aspecto interesante en la persona de David Antón es la forma de vestir. Es un hombre elegante, consciente de que una buena imagen es vital para el ajedrecista profesional.
—En un gran torneo es muy importante ir bien vestido porque los patrocinadores, los que ponen el dinero para que la actividad exista, quieren que el evento esté bien y transmita buenas sensaciones de cara al público —Asentí.
—Por otra parte, muchas veces vas a un torneo, te lo pagas tú y vas intentando conseguir un premio. Puedes llegar a pensar: “¿por qué voy a cuidar mi indumentaria cuando no gano nada?”. Es un asunto complicado —matiza.
—¿Cómo te ves de aquí a un tiempo?
Pregunté a bocajarro. Debería ser un poco más cuidadoso cuando me pongo a hacer preguntas,
—A veces me siento viejo —dijo, acompañando las palabras con una amplia sonrisa—. Hace unos años que dejé el baloncesto y me cuesta hacer deporte. Me canso rápido.
—¿Practicaste mucho el baloncesto?
—Jugué ocho años.
—¿Federado?
—Sí. De hecho, llegamos a quedar campeones de Madrid. ¡El San Viator tiene muy buen equipo! De allí han salido jugadores como el alero Carlos Jiménez.
—¿De qué jugabas?
—De base. Siempre he sido de los más pequeñitos y, en ese sentido, no había dudas —de nuevo, para gozo de los presentes en el vagón, la amplia sonrisa de David—. Nunca fui un base muy tirador, siempre fui más de dirigir el juego.
Y, sin más, el joven ajedrecista llegó a su estación. Me agaché a ver, llevado por la curiosidad, cuál era el nombre que figuraba en los carteles. “Alegría”, rezaban los rótulos. Tomé notas en mi vetusta Molesquín: “Hoy he conocido a David Antón Guijarro. Un chico discreto, noble, de trato agradable. Una persona a la que da gusto conocer.
(1) KASPAROV, G., (2006), Mis geniales predecesores (5 tomos), Albacete, España. Meran.