Concurso PDR-115: Comparte tu Talento con PDR
Autor: Loma Blanes
4º puesto.
No había tiempo para más. Era 05 de Enero y Julia debía tomar una decisión. Las cosas no habían sido fáciles en los últimos tiempos. Ella perdió el trabajo y él iba haciendo chapuzas que salían en cuentagotas. Cada céntimo era indispensable, más aun después de la llegada del pequeño Adria. Finalmente lo tuvo claro: un poco de alegría vendría bien y serviría para al menos romper tantos días sin una sonrisa. Descolgó el tablero de la pared y salió por la puerta. Era un tablero precioso, hecho de malaquita y marfil. Arlequinado verde y blanco, era una verdadera obra de arte, herencia familiar de su familia durante varias generaciones. Hubo que empeñar las piezas justo antes de perder la casa.
Gerard y Julia se conocieron en un parque. Ella justo acababa una partida, dando un brillante mate, cuando el siguiente en sentarse para jugar contra ella fue un muchacho espigado. Enseguida se dio cuenta que apenas conocía las reglas básicas y entendió que el muchacho se había sentado allí por ella. Cuando acabo la partida se emplazaron al día siguiente para jugar otra y así siguieron jugando una partida cada día. Cuando se casaron, el abuelo de Gerard que era un renombrado ebanista, les regalo un ajedrez tallado a mano. Tan solo conservaban las piezas ya que el tablero también había sido vendido meses atrás.
Esta tradición de jugar una partida, ahora ya después de cenar tranquilos en casa, se mantuvo muchos años hasta que empezó la mala racha. Finalmente disputaban las partidas con el tablero de Julia y las piezas de Gerard, pero poco a poco dejaron de usarlos para jugar. El hecho de que el tablero y las fichas estuvieran desconjuntados les recordaba demasiado todo lo que habían perdido. Así fue como el tablero acabo colgado en la pared en forma de adorno hasta que Julia decidió empeñarlo también para comprar un regalo de reyes que Gerard jamás se esperaría. Recuperaría el tablero tallado a mano de su abuelo y la cara de Gerard al abrir el regalo bien valdría la pena. Era la noche de Reyes, magos algunos dicen, y todo debía ser posible.
Gerard llegó cansado y preguntó por Adria. —Ya duerme – contestó ella.
—Toma, un regalo hoy que es noche de reyes- dijo ella mientras le daba un beso.
Gerard alzo las cejas en sorpresa y al abrir el regalo cayó a plomo encima del sofá con la boca abierta.
—¿Qué pasa? – preguntó Julia —Tu cara parece de asustado en vez de alegría.
—Toma – contestó él —Yo también te he traído un regalo.
Julia abrió una caja de donde salieron unas piezas de marfil y malaquita; preciosas y del mismo tono que el tablero que antes colgaba de la pared.
—He vendido las piezas de mi abuelo para comprártelas- balbuceó Gerard.
Esa misma noche surgió una chispa que se convirtió en llama; fue verdaderamente una noche mágica de reyes. Recuperaron la costumbre de jugar una partida después de cenar. Se convirtió en una cita ineludible y esperada todos los días. El tablero y las fichas desconjuntados les recordaban demasiado todo lo que tenían. El uno al otro.
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