Concurso PDR-115
Autor: Alejandro Darias Mateos
2º clasificado.
“Dama a g8 jaque, si torre por g8, entonces caballo a f7, mate”, encabezaba la postal de Jenkins. No comprobé la secuencia de jugadas sobre el tablero. Durante los últimos meses, había analizado decenas de miles de veces todas las variantes que podían surgir desde la última posición clave de la partida. En el metro, en el inodoro del servicio del trabajo, en el bar donde almuerzo, durante la cena. Y hasta en sueños. No en balde habíamos estado disputando el punto decisivo del Campeonato Mundial de Ajedrez por Correspondencia. Todo o nada para los dos.
Extraje el whisky escocés Royal Salute del paquete y me serví un vaso corto con hielo. “Querido Donnerwetter, “continuaba Jenkins en la postal, “la botella es en agradecimiento por los chocolates que me has estado enviando durante la última decena de movimientos. Ya no tengo fuerzas ni para caminar. ¿Sabes que mi médico me prohibió hace unos días tus bombones? El muy tirano grazna que el azúcar me está acelerando la muerte, pero no estoy dispuesto a hacerle caso. Con todo mi cuerpo consumiéndose sin parar por esta maldita enfermedad tan extraña, y atiborrado de medicinas y calmantes, ¿encima tengo que estar a régimen de pollo hervido? Ni hablar. Buen sitio donde vives, Viena. El paraíso del goloso. Ruego a Dios para que me regale todavía algunos días de vida para saborear mi nuevo título y seguir degustando tus chocolates. Has sido un gran oponente y ha sido una gran partida”. Y en caligrafía ostensiblemente más grande acababa escribiendo mi rival, “Hasta siempre, querido amigo”.
Recosté la postal sobre el lomo de la botella del whisky y clavé la vista en mis cuadernos llenos de secuencias de jugadas, posiciones dibujadas a mano, anotaciones personales, alguna lista de la compra intrusa, dibujos surrealistas y hasta manchas de ketchup. “A tu salud, Jenkins, querido escocés”, dije mientras acababa el vaso de un trago. Acto seguido, me dirigí a mi escritorio y comencé a redactar una instancia dirigida a la Federación Internacional de Ajedrez por Correspondencia. La tramitaría muchos meses después de la muerte de mi rival. No quedaría bien reclamar su recién ganado galardón cuando su cuerpo aún no habría sido roído por los gusanos. Mientras repasaba por enésima vez los flecos del reglamento que me permitirían heredar el título de Campeón Mundial, empecé a sudar copiosamente. Apagué el fuego de la chimenea y traté de refrescarme asomándome por la ventana a la fría noche, pero fui sacudido por múltiples convulsiones antes de poder dar siquiera un paso. Intenté gritar, pero no salió voz alguna de mi garganta. La vista se me empezó a nublar y mis vísceras empezaron a ser pasto de las llamas. Solamente cuando caí al suelo y sentí que mi cuerpo saltaba en mil pedazos, reconocí que hubiese sido preferible defender la partida en aquella difícil posición de diez jugadas atrás, antes que arriesgarme a que Jenkins descubriese el veneno que había estado inyectando en los bombones.